sábado, 24 de agosto de 2013

Mitos ilustrados: El juicio de Titicaca


Era el tiempo de diluvio. Llovía día y noche. Todos se ahogaron con sus rebaños menos un llamero bueno que se salvó en un leño, adonde llevó papas. Durante el diluvio no se alimentó de otra cosa que de papas. Pachamama (madre tierra) ha querido que haya papa para comer. Es lo que ha hecho para los hombres.

Cuando pasó el diluvio, creció la buena papa en el cerro Saukhari y creció nuevamente y en abundancia toda la vegetación que alimenta, cura y da fuerza al hombre.
Pachakámaj (padre creador), por orden de Inti (dios sol), empezó a rehacer las creaturas: hizo levantar a la llamita acariciándola. El espíritu del mal que vive en el fondo de la tierra y en las tinieblas, del otro lado del lago, quiso imitarlo e hizo al “tupi”. Y así supo hacer el creador a sus buenos y bellos hijos frente a otros malignos y ridículos que hacia el espíritu del mal. Y se levantaron el pajarito frente al murciélago. El perro frente al ‘’jarrunkka”.  El conejo frente al ratón. La llama frente al guanaco. La vicuña frente a la alpaca. El cóndor frente al águila. El zorro frente al zorrino. Después hizo levantar a la mujer en el cerro Saukhari.

En el lugar del diluvio hay dos poblaciones: una población perdida en ruinas y la nueva, que hizo el creador por la voluntad de Inti. En vez de un mundo malo, hizo otro bueno. Y será mejor el provenir de las poblaciones del sol.  


Bueno, tras compilar e ilustrar mitos ajenos, algunos alumnos de segundo crearon sus propias historias (de transformaciones y de héroes). Para que no se perdiera todo el trabajo, hicimos una antología. Y como un par de chicos leyeron La Odisea o El Hobbith (no es broma) incluimos también un resumen. Aquí está:

Mitos ilustrados: El origen del mundo

Este año a los chicos de segundo nos llegaron las compus. Para aprender a usarlas empezamos compilando mitos. E ilustrando. Acá va el primero:

El Origen del Mundo y de los Hombres (mito pipil)



La tierra rodaba en el espacio, zumbaba en el silencio. La noche se agrandaba en los contornos de las cosas. Todo era negro, negra la tierra y negro el cielo. El frío se extendía en las frías cavernas de la nada. Era el vacio. La muerte estaba echada sobre el mundo. Nada volaba, nada flotaba, nada calentaba. Ni ríos, ni valles, ni montañas. Sólo estaba el mar.

Un día, Teotl (fuerza primera, dios del universo) frotó dos varitas de achiote y produjo el fuego. Con las manos regaba puñados de chispas que se esparcían por el vacío formando las estrellas. El misterio se poblaba de puntos de luz. De pronto, en lo más alto del cielo, surgió Teopantli (el reformador, que regula el cielo y la tierra). Surgió sonriente, envuelto en una cascada de luz. Teotl lanzó el último puñado de fuego que, allá abajo, se condensó en un témpano de luz: ese fue Tonal (el buen padre sol).

Pero entre el ruido de los capullos de la vida que reventaban, de los muros que engolfaban sus órbitas, de las explosiones de la luz, Teopantli lloró. Y su lágrima rodó hasta quedar suspendida. Se hizo blanca y giró. Esa fue Metzti (la buena madre luna). Por eso es triste.
Metzti proyectó su luz sobre la tierra y vio que ésta ya no estaba vacía. Los mares se rompían sobre las costas. Había montañas y barrancos. Sobre las cumbres peladas rugían fieras. Su luz pálida iluminó un combate de leones. En las charcas y entre las lianas corrían las lagartijas. Los ríos se retorcían como culebras blancas. La vida cantaba.
Después fue creado el hombre, nacido del coágulo de un nopal, se enfangó dando origen a una casta de hombres malos que indignaron al creador. Se desató sobre ellos una furiosa lluvia y el huracán silbaba quebrando las montañas. Todos murieron, a excepción de Coscotágat y Tlacatixitl (nuestros padres). Desde entonces la humanidad se ha ido perfeccionando, poco a poco.